Buscad en el infinito

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Paseo de los Eucaliptos

domingo, 27 de noviembre de 2011

EN AQUELLA TARDE DEL ENCUENTRO

            
                                                       LAS PRIMERAS HORAS
                                                      ANTES DEL ENCUENTRO. 
     
     Corría un aire frío alrededor de la cuatro de la tarde, cuando en aquella vespertina cadencia nuestro estómago hacía estragos, siendo que por propia voluntad nos habíamos desprendido del grupo de nuestros compañeros de excursión. Queríamos indagar y descubrir esa sociedad tan diferente a la nuestra. Transitábamos Lola y yo por una de las numerosas grandes Avenidas de Moscú, después del fallido intento por almorzar en uno de los típicos y escasos restaurantes de Moscú en los que se podía degustar caviar ruso y champagne por poco más de 24 rublos; escasos restaurantes en el Moscú del 88, en el que pudimos comprobar la escasa proliferación de locales en los que la oferta occidental estuviera patente.
        
     Después haber llegado al restaurante que nos fuera recomendado por el guía y además por el personal del hotel, a escasos diez minutos pasadas las tres de la tarde y en el que por el recepcionista del mismo, nos fue denegada la entrada, volvimos sobre nuestras pisadas a recorrer las grandes rúas de Moscú. Pienso ahora, que tal vez por unos pocos dólares nos habrían dejado pasar… Mas también íbamos escasas de fondos y claro, no caímos en esa posibilidad.

     La tarde era dorada. En los parques y jardines comprobábamos cómo se teñían de ocre y marrones las hojas de los árboles y en los grandes bloques de edificios, doraba la luz los bloques de piedra y los símbolos del régimen leninista-estalinista. Reambulantes calles, vacías de toda publicidad, en las que después de veinte años, vi saturaciones de publicidad occidental y capitalista. Ya sabemos a las casas y marcas a las que me refiero.
     
     Y en aquel Moscú tan grande, porque allí todo es a lo grande, grandes edificios, grandes parques, grandes avenidas, plazas grandes, que el tiempo se eterniza en busca de un lugar a otro, sin saberlo, advertimos la libertad de una sociedad sin necesidad de estar atados al consumismo del motor; la libertad de no estar atados a la innecesaria-nenecesidad de las modas europeas y estadounidenses, todas las cuales han mermado la libre autonomía e idiosincrasia de cada pueblo en sí. La libre autonomía de cada espécimen de los que poblamos este planeta. Advertir la placidez de pasear por una calle sin necesidad de estar enganchadas a unos escaparates causaba furor y al mismo tiempo solidaridad con unas personas que en el estar y el vestir se distanciaban de nosotros, los europeos del occidente, descubridores, y al mismo tiempo castradores del peculiar vivir de cada pueblo.
        

 
                                                               
 
 
 
                                                   

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