CAPITULO II
Los dos apuestos jóvenes vestían
impecables trajes de lino en ligera gama marfil, camisas de hilo blanco, y
anudados a sus cuellos pañuelos de seda de tonalidad beige. Sobre sus cabezas
lucían sendos canotiérs adornados uno con cinta verde, y el otro azul,
adquiridos en su último viaje a París, la ciudad que años más tarde les
brindaría los más merecidos reconocimientos artísticos. Bajo sus esmerados
zapatos blancos, se desperezaba la tupida hierba que conectaba el sendero del
balneario con el mirador de O Bello, dejándose impresionar por las tonalidades
turquesas de las aguas que a esa hora del día recogían del translúcido cielo.
Los chicos llegaron al Balneario de A
Louxo en la mañana del viernes 4 de junio, circunstancia que ya era bastante
comentada por los salones y terrazas del más glamoroso edificio de aguas termales
y que pudiera darse en la Península. En 1904 habían patentado en sus
dependencias un jabón rico en sales minerales de fragancias frescas que
inundaban todos los parajes de la verde isla, de las salas abiertas al lugar y en
las ropas de sus huéspedes se reflejaban el relax de los límpidos baños
espumosos que por entonces se estaban poniendo de moda.
-¿Habéis
observado cuán distinguidos han aparecido los hijos del Señorío de Solano? Derrochan magia y finura por donde van -Comentaba
la duquesa de Galveiros, adornada con su viejo moño victoriano.
-Pues
a mí me comentó Monsieur Pétrier que al mayor de los hermanos le felicitó
personalmente el señor Matisse en la Exposición del Salón de Otoño de París del
pasado año, aduciéndole que tendría todo su apoyo. “¡Joven, sus pinceles
cambiarán el concepto de la pintura. Continúe así, garçon, continúe, la révolution
des arts s'approche-!” -inquiría con su aguda voz la baronesa Kichnert–. No, si no hay más que verle, erguido,
señorial y apuesto. Es el vivo retrato del abuelo de Solano…
-El menor está haciendo sus pinitos en el arte de la Declamación y el
Ensayo. Le han concedido una beca en la Sorbonne para continuar sus estudios de
Literatura y de Historia. Ya el Levante español se le quedaba pequeño para su
gran imaginación y gracia. -Acariciándose sus erizados bigotes de profusas cerdas, comentaba
don Carlos del Berro, el impulsor accionista de la línea de ferrocarril
Madrid-Barcelona, cuya gran fortuna amasó en la Isla de Cuba.
Se comentaba por palacios y villas,
salones y casinos, que los ancestros de don Carlos del Berro Trillet de las
Infantas, eran criollos desde cuatro generaciones atrás y poseedores de dos de
los mayores ingenios de la caña de azúcar existentes en Gran Antilla del Caribe,
el de Santa Cruz de Iguana y el de Santa Mónica de Luciela, enclavados en la
provincia de Puerto Príncipe, al oriente de la isla, y que rivalizaban en
producción con los de la Villa de la Santísima Trinidad de la isla. La zafra
que producían los dos ingenios a mediados del siglo XIX comportaba una cuarta
parte de la obtención azucarera de la próspera colonia española.
-Bueno, Bueno, no será para tanto. -Respondió la viuda de Montealtieri- doña Antonella, cómodamente
repantinflada en el mullido sillón victoriano del cual se sentía la dueña, -No hay nada como el Bell Canto…
¡AAAAAAAHHH…!- entonó con bastante precisión.
Todos los que se hallaban en esos
momentos en la tertulia, sabían que Madonna Antonella una majestuosa soprano dramática,
que desde Milán hasta París había paseado su excelente voz. Mas en estos
últimos años habían mermado mucho sus facultades debido a la gran ingesta de
alimentos que se procuraba. Lo más que ella deseaba era promocionar las
habilidades de su exuberante hija, la Signorina Sophia Montealtieri, pero su
voz llegaba a mezzosoprano lírica, y aunque era una real hembra, le perdían sus
excesos egocéntricos y caprichosos.
A pequeños sorbos los contertulios
degustaban el vermouth como aperitivo de media mañana, antes del almuerzo que
especialmente era elaborado diariamente para ellos.
Antes de ir a almorzar solían pasear entre los bellos
jardines del balneario ornamentado de las más aromáticas rosas, dondiegos de
día y hortensias azules y rosáceas combinadas con las hortensias de hojas de
roble, campánulas bell flower y prímulas de variadas tonalidades, arbustos de
camelias,… y otros bellos setos floridos cuidados por los tres jardineros que
tenía el hotel-balneario. Bajo los inmensos pinos centenarios, centenarios y bravos
pinos, que proyectaban su sombra sobre los senderos, atajos y cenadores en
derredor del centro termal, veíanse caminar los asiduos visitantes de aquella islita
que les devolvía el ánimo y la vitalidad.
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