Buscad en el infinito

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Paseo de los Eucaliptos

viernes, 15 de junio de 2012

isla A LOUXO

......

                                         CAPÍTULO III


-Mejor volvernos hacia la habitación ¿No te parece?

-Sí, es mejor descansar media hora antes de almorzar. Recuerda que hemos de tomar los baños hacia las cuatro de la tarde.

Comentaron las chicas.

A lo lejos los hermanos vislumbraron la silueta de las dos señoritas, altas y lozanas. Los rayos de sol incidían sobre sus vestidos inmaculados marcando sus auras sobre el intenso azul del mar. Sus esbeltas siluetas parecíanse dos estrellas emergentes en el batir de las olas. Crecía la marea y los inapreciables granitos de sal que desprendía la espuma salpicante se entremezclaban por entre sus cabellos, sus rostros y esa delicada indumentaria de las chicas.

Decidieron tomar el caminito fabricado con tablas de gruesas maderas de pino, dispuesto expresamente por la dirección del balneario para facilitar a los clientes la ida y el regreso entre el mismo edificio y la playa, bordeado de viejos robles y castaños. La sombra que proporcionaban era agradecida a esa hora del día, pues ya empezaba a notarse la proximidad del solsticio.  

 -¿Te has fijado qué dos palomas caminan allá en la playa? ¿Las ves?-------Preguntó el mayor de los hermanos al que por estatura y semblante resultaba ser el más joven--.

-Sí, sí, claro que las veo. Ya he reparado en tan exquisita hermosura. Sabes que no me pasa desapercibida la belleza, aún más la de las mujeres. –Respondió el joven de rubios cabellos ensortijados-.

-Hermano, tú siempre con tu agudeza.

-Diría más bien con una vista excepcional.

-Sí, y tu refinado gusto. No, si a ti no se te escapa ni una.

- Pues verás, pienso lo mismo de ti. Somos igualitos. Donde esté una bella mujer,… no se irán sin saber de nosotros,… ja, ja, ja. –Contestó con una sonrisa picaresca

Sería cuestión de presentarse a ellas, esperando la mejor ocasión. Saber quiénes eran, de dónde vendrían, cómo habrían decidido ir a la isla de Louxo, cuál sería el tiempo que estarían en tan bello lugar… En fin, pensaban, mañana sábado es noche de fiesta, habrá Cena de Gala y Baile de etiqueta. -“Nos acercaremos a ellas dos para saber de sus propósitos”, pensaban en silencio ambos, al igual que dos gemelos que se conocen de sobra, mientras ascendían hacia el hotel caminando por el sendero de boj, con sus canotiérs en la mano, despejadas las amplias frentes que delataban una misteriosa iluminación en sus rostros aún por descubrir. 



Cuando dieron la una y treinta minutos, todos los alojados en el balneario se dispusieron a sentarse en sus respectivos lugares del salón comedor. 

Aún faltaban varios clientes que eran habituales, y que llegarían hacia la última semana del mes. Por de pronto en estas fechas se encontraba ocupado en su mitad de plazas. Signora Antonella y su hija la Signorina Sophia, dos madonnas italianas procedentes de Trieste, de las que todos pensaban <son dos mujeres de armas tomar>, las cuales estaban más de medio año en el Balneario. Los señores de Viznagar y sus dos hijos, unos ricos potentados procedentes de la rica vega murciana. Mister Cristopher Clarion, inglés, Catedrático académico y honorable de Canterbury, donde impartía Lenguas Clásicas. Por desgracia, Mr. Clarion había enviudado muy joven, con veintiséis años, y desde hacía dos años era cliente del Balneario, aconsejado por su doctor, Mr. Hapeneng,  quién le aconsejó los baños termales de la isla, amén del sol de la costa, lo que le devolvería la paz y la seguridad. Mr. Clarion pronunciaba el español con bastante soltura y poco a poco aprendía el idioma del lugar.

Solía referirse con mucha frecuencia al alma de Rosalía de Castro, recordando aquellos versos desgarradores y profundamente tristes y sentidos en líneas de la poetisa galega,…

A través del follaje perenne
Que oír deja rumores extraños,
Y entre un mar de ondulante verdura,
Amorosa mansión de los pájaros,
Desde mis ventanas veo
El templo que quise tanto.

El templo que tanto quise...
Pues no sé decir ya si le quiero,
Que en el rudo vaivén que sin tregua
Se agitan mis pensamientos,
Dudo si el rencor adusto
Vive unido al amor en mi pecho”.

                                                         ….

   Todos quedaban dominados por la tristeza de Rosalía, cuando estos poemas eran pronunciados por Mr. Clarion… ¿Qué dolor profundo se ceñía sobre su vida?,… ¿Era feliz aquella mujer de mediados del pasado siglo XIX?,… ¿Y, su matrimonio?,… ¿Cómo era?,… ¿O todo producto de la morriña galega?… ¿O fiel reflejo del ambiente romanticista de su época, o el sentimiento trágico de la existencia?...

Monsieur Paul Pétrier, igualmente frecuentaba solo el Balneario, polemizaba con el profesor. En París, trabajó de marchante. Se había establecido en la Península desde hacía diez años, estableciendo contacto con tiendas, salas de arte, familias aristócratas y emergentes burgueses para servir de lazo entre estos y el mundo del arte. Vivía en un pequeño Pazo en las afueras de A Estrada, al que denominó “A Veigas”, pazo que adquirió por las ventas  realizadas en Francia de las obras de los últimos impresionistas, que le deparaban ingentes beneficios. Conoció de cerca al crítico de arte Louis Vauxcelles, con el cual no compartía los criterios de éste. Sobre todo cuando emitiía aquellos criterios sobre Matisse, Derain, Vlamink,… llamándoles “¡fauves,  les fauves, cette ils sont unes fauves!”.  Sin embargo los criterios de Louis Meyer, sería denostado ante la presentación de un arte emocional, la vivencia de la pintura por la pintura. Pétrier era un librepensador y avanzado negociante, apoyando a todos aquellos incipientes talentos que proliferaban por París, Londres, Dresde,… defendiendo los más modernos movimientos de vanguardia que surgieron en estos años. 

   Aún quedarían varias familias dispuestas a pasar los meses de julio y agosto del perfumado rincón del Atlántico, cuya fama iba acrecentándose por toda la Península y  por el Continente europeo.


     Los huéspedes dispusiéronse a ocupar sus respectivos lugares situándose alrededor de las grandes y circulares mesas del comedor donde almorzarían todos. Todo estaba impecablemente limpio y refinadamente protocolizado tal como correspondía a los clientes insignes que se hallaban en el lugar. Únicamente las señoritas de la playa y sus respectivos ascendientes eran nuevos en el lugar, siéndoles grata su compañía a todos los restantes.

   Ocuparon una mesa para siete comensales, siendo acompañados por el señor Salteiros y su esposa, un indiano gallego que tornó a su tierra después de sus experiencias en tierras lejanas.

   Frente a las señoritas se encontraban los dos jóvenes caballeros que con un inclinar suave de sus cabezas saludaron a las  damiselas. Un presagio inundó el corazón de los cuatro.



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