Buscad en el infinito

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Paseo de los Eucaliptos

sábado, 23 de abril de 2011

LA VIDA EN DOS HABITACIONES.

         Llega la noche. Y en estas dos habitaciones se condesa toda nuestra vida.
        El primer cuarto grande, se sitúa justo a la derecha de la entrada a la casa, en el primer pasillo, donde existen otras dos habitaciones. Una, justo enfrente del cuarto, y otra al final del acceso, donde hay un dormitorio. 
        En este primer cuarto se halla lo que se llama comunmente el comedor, compuesto por un gran aparador con su ondulado espejo frontal, que sirve de miradas y a su vez ensancha la habitación. Consta de dos puertas laterales, donde se guarda la vajilla, la cristalería, el juego completo de las tazas de bella porcelana de café, junto a vasos para combinados y cóckteles. Especialmente, los vasos para combinados, altos y estrechos, son preciosos, adornados con reproducciones de coches antiguos.
       Y en medio de ambas puertas se disponen los cajones. Cada uno está ocupado por bellas mantelerías blancas, rosas, otra con un tono anaranjado, con unas letras bordadas "LZ" y todas ellas, con sus correspondientes servilletas. Un tú y yó, azul celeste, finamente bordado, cuya suavidad y textura es maravilloso de acariciar. También los paños de cocina, los delantales y las cuberterías, un estuche de color marrón-burdeos, guarda un par de cubiertos de plata, con el grabado de unas iniciales "A.L."  ordenado todo concienzudamente en cada cajón. Abrir esas puertas y cajones me produce una sensación de bienestar y a la vez un sabor amargo que no logro comprender.
       Justo delante de este mueble, tan de moda en los finales de los años cincuenta, se encuentra una gran mesa cuadrada, con su patas torneadas y rodeada por seis sillas, con los respaldos hábilmente modelados y labrados, cuyos asientos son de verde terciopelo, fruto ello de la labor del oficio ancestral de carpintero.  
        Esta habitación es nuestro comedor. La ventana da al jardín de la casa. Ese que tanto me gusta y en el que paso las horas y las horas contemplado todas las plantas. Todas las rosas sembradas en los arriates. Blancas, rojas, rosas, asalmonadas, amarillas,... cuya fragancia impregna todas las estancias. Las celindas, deliciosas, aromatizan en mayo nuestras tardes y noches, y yo me acerco cada vez más a ellas, con mi pequeña nariz pecosa, para guardar su olor y recuerdo por toda mi vida.
        Esta casa y este jardín que me ha visto nacer se mecen en torno a mí, sin yo poderme desprender de ellos, para lo bueno y para lo malo. Para los bellos recuerdos y para las horas de soledad y pena...Para ÁNGEL GÓMEZ
MDGHZ

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